lunes, 16 de marzo de 2009

Néstor Kirchner y la estrategia del Mono Loco

Dos conductores se lanzan a toda velocidad con sus autos el uno hacia el otro. Los separan cientos de metros. Aceleran a fondo. Si ninguno de los dos da un volantazo a tiempo, el choque será fatal. En cambio, si uno se desvía ambos se salvarán. Eso sí, el que se desvía pierde, y el que pierde es considerado "gallina", que es el nombre con el que se inmortalizó esta competencia suicida en el film clásico de James Dean, "Rebelde sin causa".

Hay dos formas de ganar al gallina. Una es estar loco. La otra, es hacerse el loco. Si uno de los conductores convence al otro de que es capaz de matarse con tal de no perder, tiene más chances de ganar.

A Néstor Kirchner le cuesta poco hacerse el loco. Desde que asumió la presidencia con sólo un 22 % de votos, entendió que su poder era tan endeble que si actuaba con prudencia perdería el juego. Hasta los animales lo saben. Para ser el Macho Alfa no se necesita ser el más fuerte, sino el que los demás consideren que tiene más fuerza. Y Kirchner desde el principio asumió la estrategia del Mono Loco para buscar convertirse en el líder de la manada.

Una noche sorprendió a todos por cadena nacional apretando al presidente de la Corte Suprema, Julio Nazareno, para que renuncie. Otro día humilló al jefe del Ejército obligándolo a subir a un banquito para descolgar un retrato del dictador Videla en el Colegio Militar. Aún era uno de los presidentes más débiles de la historia cuando despertó a los fantasmas del pasado para reabrir el enjuiciamiento social contra los militares del Proceso. Sin aliados políticos, decidió pelearse con el cardenal Bergoglio y la Iglesia Católica, con todos los ex presidentes democráticos y con los periodistas que no aceptaban subordinarse.

Sus enemigos primero le auguraron poca sobrevida, pero enseguida empezaron a preguntarse si realmente estaba loco. La respuesta que se dieron (y que aún hoy se dan en sus charlas privadas) es que Kirchner está loco. O que no tiene medida del peligro, que es algo parecido. Y frente a un conductor loco, lo más sensato es hacerse a un lado.

Algunos antropólogos sostienen que uno de los instintos básicos del hombre sigue siendo la violencia irracional, sólo que la evolución cultural hace que ese gen se mantenga inhibido. A tal punto, que quienes menos controlan ese impulso provocan temor en el resto, que ya no está acostumbrado a ver el descontrol animal en otro hombre.

Los expertos en negociaciones señalan que a veces es conveniente mostrar rasgos inesperados ante un interlocutor, como cierta locura o exasperación. Aseguran que utilizando dosis exactas, esos negociadores pueden obtener buenos resultados.

Un libro reciente sobre el genial ajedrecista Bobby Fischer ("Fischer se fue a la guerra") explica que los jugadores que se enfrentaban con él sentían terror durante las partidas. Por un lado, porque temían que en cualquier momento protagonizara una escena violenta, pero también por su fama de talento inalcanzable que les hacía suponer que cualquier jugada temeraria de su parte podía ser una movida maestra. Y esto obligaba a sus adversarios a malgastar gran parte de su tiempo, aún para contestar las jugadas más torpes del campeón del mundo. Todavía hoy se discute si Fischer está loco o si siempre se hizo el loco, pero todos coinciden en que su actitud lo favorecía a la hora de negociar las mejores bolsas de premios y terminaba destruyendo la psiquis de sus contrincantes.

Hasta ahora, a Kirchner le fue bien con la estrategia del Mono Loco. Gente poderosa, como empresarios, políticos, ministros y periodistas con peso propio, trasuntan cierto temor cuando hablan sobre los ataques de ira del Presidente. "Cuando se pone así es mejor no llevarle la contra", se justifican. James Dean los llamaría "gallinas", como los que torcían el volante a último momento para no chocar.

En los últimos días, el Presidente dio muestras de que no tiene pensado dejar de usar la locura como arma política. El día después de las elecciones porteñas comenzó a batallar contra Mauricio Macri con la misma violencia con la que un general conduce una guerra de liberación.

Un político razonable recomendaría prudencia para no arriesgar su poder y buena imagen. Pero Kirchner podría responder: "Si fuera un político prudente no hubiera llegado hasta acá".

Por Gustavo Gonzalez *

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