sábado, 7 de marzo de 2009

El Leviatán argentino

"No creo en la malevolencia de esos corazones". Carlos "Indio" Solari dixit.

Una agencia de remises enfrente de la comisaría. Los choferes, sentados en la puerta, transpiran y se abanican con cartones.

Uno de ellos, duerme dentro del auto. El sol pega fuerte esa tarde. La avenida llena de pozos.

"¿Te acompaño?", le dice un remisero a la morocha imponente que cruza la calle. Los demás se la comen con la mirada.

"Te chupo toda", le grita el más osado y se ríe como un estúpido. El uruguayo lo mira mal. No le gustan los maleducados.

"No te desubiques", le indica.

"Calláte, uruguayo puto, volvéte a tu país". “Cortá la bocha”, dice en voz baja el uruguayo; lo mira fijo y le muestra el arma.

"Italia y Campos", grita la enana, parada en un banquito, "¿a quien le toca?"

"Yo", contesta el evangelista y la enana le pide que no predique porque después los pasajeros la llaman para quejarse. Los colectivos se desvían porque la otra cuadra está cortada. Familias desalojadas se lee en un cartel.

En la esquina hay gomas apiladas y otras tantas desparramadas. Se ven dos carpas y un grupo de mujeres sentadas en unos banquitos, tomando mate. La calle es de los chicos y la aprovechan. Algunos juegan a la pelota y otros a las escondidas.

En la vereda hay dos camas, una mesita de luz y una televisión encendida. El hincha, botella de cerveza en mano, me confiesa que guarda como tesoro un pedazo del tablón de la cancha de Chacarita. Fábricas. Talleres mecánicos.

"Son como conejas", dice una vecina, "lo único que saben hacer es tener hijos".

"Y sí", responde la otra, "son villeras, ¿qué querés?"

Más fábricas. El chico se para frente a la camioneta y apunta. El conductor se agacha y acelera. Mala suerte, a veces funciona y es así de fácil robarse un auto o una camioneta. El miedo, cómplice, nos bendice. Saqueos.

"Levantá la persiana, carajo, o te quemamos el boliche". Resignación.

"Con la gente del barrio no te metás, boludo". Fantoche adoctrina a los pibes chorros. Códigos, de eso se trata.

"¿Entendés, nene?". Es alto fantoche y dealer. La gallega le tiene miedo y cuando va para el almacén le da lo que pida.

"Golosinas, galletitas, fideos, gaseosas, lleváte lo que quieras". De esa forma, la gallega se garantiza protección.

"Chupamelá", le grita Camerún mientras se agarra los genitales, al que le apunta con un láser. Le pegaron cuatro tiros en la espalda, una vez, pero no se murió. Sobrevive, Camerún. Igual que ese perro sin dueño que pasa por la carnicería todos los días. Carne cruda, come el perro.

Al mudo se lo violaron entre cinco. La vieja cuenta que lo vio por la ventana de su casa. "Gemía, el mudo. Bah, hacía esos ruidos que hacen los mudos con la boca. Era como un aullido. Igual yo creo que le gustaba".

"¿Y no llamaste a la policía?".

"Para qué voy a llamar si no vienen cuando están robando, van a venir cuando se están violando a un mudo".

Las señoras se ríen cínicamente mientras salen con los changuitos de la verdulería. "¿Sabés lo que pasa?, si vos le pegás un tiro a alguno de estos villeros de mierda, te tenés que ir. Si, te tenés que ir porque se te viene toda la villa y te queman la casa. Es así, no los podés bajar tan fácil".

Araña camina desconcertado hacia la esquina. Habla solo. La mirada perdida. Saca el arma y duda. Tiene quince o dieciseis años, es lo mismo. Abre la boca y se dispara. La gente se amontona alrededor del cuerpo.

El padre del pibe es de la federal. Si, y la hermana es una loca. Si loca y trola. Y cómo iba a terminar el pobre chico con la familia que tiene. No pero este andaba en la droga, se mató por eso. No tenía opción, o se mataba o lo mataban. Noche.

Noche sin luna y sin estrellas. Sonido de tambores. Animales sacrificados por seres humanos. Gente que entra y sale de una casa. Hay que descalzarse para ingresar. Un hombre con una túnica blanca es el anfitrión. Gritan, cantan, se lamentan. Algo inexplicable sucede allí dentro.

Otro hombre con una capa negra. Las mujeres poseídas se desnudan. Los hombres las rodean. Algunas mujeres lloran y otras se quejan. Interminable, el festival negro. Amanece y hay bandejas llenas de maíz, lápices labiales, cabezas de gallinas y otras cosas que no se sabe ni que son. Nadie se anima a tocar esas bandejas que están dispuestas en la calle. Y ahí están otra vez, esos hermanos, yendo y viniendo en esas camionetas.

El padre le pega a la madre. La madre se defiende como puede. Los hermanos se insultan pero también se besan y se tocan. El más chico es experto en desactivar las alarmas de los autos. Es delgado y sabe escaparse. Nunca lo atrapan. Sin embargo, no pudo huir de la muerte ese día. Ese día nublado en esa terraza. Los dos hermanos que se pelean. Un tiro. Suicidio fue la versión oficial. "¿Otro suicidio más?", murmuran los vecinos. "¿Otro pendejo que se mata?".

Así tan simple. No vale nada la vida, che. Golpea, la muerte. Pero sólo por un momento, después todo vuelve a ser igual. Gente que va y viene. Operarios sentados en las puertas de las fábricas. Chicos que no saben qué hacer ni adónde ir. Por momentos, la voz cansada del Pity Alvarez desde una casa baja. Y el cuervo se ríe y me pregunta qué es lo que pretendo. Si pretendo escuchar blues o jazz.

Además, agrega, la cumbia colombiana es un hecho artístico. Un crítico, el cuervo.

Por la mañana pasan los chicos por la calle vendiendo desodorante líquido para limpiar los pisos. El líder del grupo de vendedores tiene siete u ocho años, es lo mismo.

La señora de la casa del pino admite que siempre les compra desodorante líquido para que cuando sean grandes no le roben. Merca exigen los pibes para que los lleven a votar. Antes nos salían más baratos, reflexiona el puntero. Micros escolares que van y vienen, cargados de gente. Las elecciones siempre son una fiesta. Cerveza, vino, plata y merca. Cajas de comida, también, al menos para que las madres alimenten a sus hijos por un mes.

"Esto antes era el polo de la industria textil", cuenta el viejo sentado en el sillón.

Después con el tiempo fueron cerrando las textiles y ahora esto es lo que queda. Pero antes éramos todos muchachos trabajadores. No había delincuencia. "Igual te digo una cosa, yo no fui a la plaza ese día. Todos te van a decir que fueron porque queda bien decir que uno estuvo ahí. Un momento histórico inolvidable y es como si uno hubiera estado. Y si yo digo que estuve, todos me creen".

El viejo cierra los ojos y se ve en el fondo de su casa, enterrando armas, hace un pozo y guarda las armas envueltas en una tela gris.

A cierta edad los recuerdos se arrastran y aparecen, insólitamente, cuando uno menos lo espera.

Una brisa acaricia la cara del viejo y se lo lleva. A mi me dan ganas de fumar en la terraza.

Jésica Crespo
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