viernes, 31 de julio de 2009

Se llamaba Blanca


Este 30 de julio de 2009, a los 93 años, falleció Blanca Cabo, una querida y reconocida dirigente peronista que dedicó su vida a la militancia y a la lucha por una patria justa, libre y soberana.

Blanca Cabo fue la esposa del dirigente metalúrgico Armando Cabo y su hijo, Dardo Cabo, que siempre será recordado por haber encabezado junto a otros jóvenes militantes, el operativo Cóndor que se realizó el 28 de septiembre de 1966 para reivindicar nuestra soberanía argentina sobre las Islas Malvinas.
Leal y comprometida, Blanca Cabo conoció a Perón antes que exista el peronismo.

Una vez le dijo: -¿Sabe que habla muy bien coronel? Si usted obra como habla, un día en vez de rosista voy a ser peronista.

Y fue peronista por el resto de su vida.

Como ella misma expresó: -“Yo quiero que mi Patria, la República Argentina, sea justa, libre y soberana, y si vos tenés una idea que suma a ese poquito que yo tengo, vos para mí sos Dios ¿Te das cuenta? Ese es el amor que yo tengo por mi país”.

jueves, 30 de julio de 2009

Evo Morales, el Foreign Office inglés y la Masonería



EVO MORALES, EL FOREIGN OFFICE INGLES Y LA MASONERIA: VARIANTES PARA PARTIR HISPANOAMERICA


Un balance superficial, aunque no por ello falso, nos permite verificar que el enemigo sigue activando sus múltiples rostros en el continente hispanoamericano.

Uno de ellos el encarnado en Evo Morales, presidente aborigen que hace de su etnia una militancia: la del indigenismo posmoderno. De éste se sirve el otro rostro, esto es, el de las finanzas liberales, concentradas, avaras y elitistas.

Tanto unos como otros contribuyen a la próxima partición del territorio boliviano. Tanto unos como otros se dignan en cumplimentar el apotegma del poder mundial: "Divide y reinarás".

El resquebrajamiento de Bolivia está, incluso, en concordancia con los tiempos de la ultra globalización que el presente y el futuro inmediato imponen a la humanidad. Para la historia será un siniestro ejemplo de que las soberanías nacionales ya no se pueden sostener porque por encima de ellas aparece el infernal poder del "dios dinero", "dios" del que gozan también los socialistas y progresistas. Vasta ver el origen de éstas posturas ideológicas para dar cuenta de ese goce.

Evo Morales pasará a la historia, de seguir tal tesitura, como un agente al servicio de la causa sinárquica, como un traidor y como un bastardo político, indigno de ser hijo de este continente empobrecido, en parte, por personajes que abrazaron ideologías foráneas sin arraigo en estas tierras.

El 21 de enero de 2006, ya electo presidente de Bolivia, Morales deslizó su errado proceder al anunciar las siguientes frases:

"La lucha que dejó el Che Guevara vamos a cumplirla nosotros”. "La asamblea constituyente es para refundar Bolivia porque los pueblos originarios no participaron de la fundación del país en 1825 con Simón Bolívar".

En verdad, Bolivia no tiene que reivindicar nada -si vamos a ser justos con la revisión de la historia-, ni los ricos ni los pobres, dado que aquélla era un territorio argentino que por decisiones subversivas e ilegales se separaron de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Es más, uno de los máximos próceres bolivianos, el Gran Mariscal Antonio Sucre, actuó como un auténtico delincuente en los hechos de escisión:

"A mediados de agosto de 1826, el orden tarijeño [Departamento de Tarija, entonces argentino] se ve nuevamente alterado con la llegada del sargento Gabino Ibáñez quien, procedente de Chuquisaca, llega a la villa conduciendo cartas del Alto Perú para promover un levantamiento.

Los destinatarios de las mismas, Eustoquio Méndez y Bernardo Trigo pronto esparcieron el rumor que Ibáñez traía una comunicación del Congreso de Bolivia, para reclamar de la República Argentina Tarija, dando como insubsistente lo resuelto por el Libertador [Simón Bolívar] y ofreciendo premios a los hombres que se prestaran a este empeño.

Aseguraban a la población incauta que el citado documento incorporaba Tarija a Bolivia, por lo que cualquier acto que se realizara en contra de esta medida sería nulo; que Sucre apoyaba el movimiento, en razón del cual marchaba desde Potosí un batallón para respaldarlo...

El teniente gobernador argentino Gordaliza [de Tarija] sin fuerzas suficientes para enfrentar a los amotinados y el pueblo intimidado con las amenazas del batallón que se decía venían en apoyo de éstos, nada pudieron hacer...

El "aporte" a la causa libertadora de Sucre se entiende más cuando se afirma lo siguiente de su accionar subversivo al servicio del interés imperial británico: "Ya en cartas a Bolívar del 12 de julio y 20 de agosto de 1826, el presidente Sucre insiste en la recuperación de Tarija, proponiendo ocuparla con tropas y sostenerla a mano armada, por cuanto la posesión argentina de este territorio importa un gran peligro para la República que preside".

La militancia indigenista, que nada tiene que ver con el ser aborigen, es una herramienta más del sistema, y tiene en su seno el apoyo de la internacional comunista, que si bien en las formas ha desaparecido casi completamente, en el fondo se sigue sosteniendo por los idiotas útiles que le sirven y le aclaman universalmente.

Y vaya como ejemplo de lo que seguramente el destino reservará a Bolivia, es decir, su múltiple división, pues si en el pasado nos fue a los argentinos arrebatado un territorio tan rico como Tarija o Chuquisaca, quizás en un futuro próximo el mismo desprendimiento territorial juegue contra los bolivianos.

sábado, 25 de julio de 2009

«Caminante, ve a Esparta a decir que aquí hemos muerto por defender sus leyes»



Yo, que mañana he de morir, escribo estas letras a la luz de una antorcha esperando que amanezca.

Contemplo el resplandor de las estrellas, y su brillo es muy diferente de la lobreguez que envuelve a los cadáveres que se extienden frente a mí, los mismos que tiñen de rojo el barro que piso y cuyo olor acre me repugna tanto como saber que mañana yo seré uno más entre ellos.

Yo, Agatocles, soldado espartano, hago guardia en el desfiladero de las Termópilas (1), sé que hoy nos han rodeado, y que este lugar será mi tumba y al pensarlo mi estómago se encoge de frío, como si la gelidez de la muerte quisiera invadir ya mi cuerpo.

Por eso escribo con mi letra menuda, y al hacerlo mis manos dejan de temblar y siento que mis temores se difuminan. No, no intentar huir al resguardo de la oscuridad, en su lugar escribo y estas letras hablarán por mí cuando yo esté muerto, ellas explicarán por qué acepto mi destino; sí, serán ellas las que darán cuenta de los motivos de los que aquí esperan la muerte.

De nosotros, los espartanos de la guardia del rey Leónidas, dicen que somos hombres justos, que fuimos elegidos entre aquellos que más despreciaban las riquezas y el lujo, y que nunca nos hemos dejado corromper por el oro, pero en verdad yo os digo que quien dice esto miente.

En Corinto vimos por primera vez oro y plata en abundancia y nos arrojamos sobre él ansiosos de botín, pero al poco vimos al hermano pelear con el hermano por una copa de plata, o a hombres que habían luchado codo con codo disputar por una esclava de ojos verdes.

Leónidas nos vio poseídos por la codicia y nos convocó en el gora, allí arrojó lo que le había correspondido al suelo y dijo “Ahí tenéis mi parte, mataos por ella”.

Los trescientos hombres de su guardia nos avergonzamos y nos desprendimos de nuestras riquezas de igual manera.

Desde esa noche abandonamos los palacios de mármol y dormimos fuera de la ciudad, al cobijo de nuestras tiendas de lino.
Todos los hombres del ejército de Esparta nos alabaron y dijeron: “Estos son hombres justos que no se dejan corromper”, pero se repartieron nuestro oro y a nosotros no nos importó, porque habíamos visto el precio de la opulencia y nos pareció tan alto que ni uno sólo de los trescientos tuvo ánimo para permanecer en la ciudad.

Por eso, cuando distinguimos a Jerjes en la colina vestido de seda engarzada con piedras preciosas, le despreciamos.

Sin embargo, aquella misma tarde nos ofreció un carro cargado de oro a cambio de dejar el paso franco y nosotros sentimos de nuevo el gusano de la codicia en nuestro interior y creo que nadie se vio libre de desear esas riquezas y abandonar el desfiladero y vivir, pero Leónidas se puso frente a nosotros.

Él nos conoce y por eso no habló de honor, gloria, o patria, porque sabía que en esta ocasión esos términos sonarían huecos a nuestros oídos frente a la palabra vida.

“Quizás alguno todavía desea vivir en Corinto”, dijo, “el que quiera puede coger su parte y abandonarme. Al que lo haga le recomiendo que cargue mucho oro para olvidar el rostro de los amigos que deja atrás y le hará falta aún más para olvidar la sangre de los que morirán por su traición más allá del desfiladero”.

Eso dijo, y luego guardó silencio, y nadie se movió y ni uno sólo de nosotros arrojó las armas y por un momento, sólo por un momento, nos regocijamos de estar allí junto a nuestro rey. Así fue, y quien diga lo contrario merece la muerte.

De nosotros, los espartanos de la guardia del rey Leónidas, dicen que somos hombres de gran valor, que no tememos la muerte y despreciamos el filo de las armas de los enemigos.

Yo, en verdad os digo, que quien dice esto miente, que al ver las filas del enemigo erizadas de armas se nos encoge el corazón y tememos el corte del acero y el dolor de las heridas, pero mucho peor que este dolor nos parece sufrir el desprecio del amigo que combate a nuestro lado, la vergüenza de la mujer que espera nuestro regreso, o el repudio del anciano que un día luchó por nosotros.

Por todo eso dominamos nuestros temores y luchamos poseídos de una furia salvaje que resplandece en nuestros ojos, pero esa mirada no es de odio al enemigo, sino de espanto por saber que la parca camina siempre a nuestro lado y que cualquiera puede ser el próximo. Así es, y quien diga lo contrario merece la muerte.

De nosotros, los espartanos de la guardia del rey Leónidas, dicen que somos hombres leales y luchamos por la libertad de los ciudadanos helenos, por la justicia y la ley, pero en verdad yo os digo que quien dice esto miente.

Mañana al amanecer embrazaremos nuestros escudos y, tras empuñar las lanzas, se escucharán nuestros himnos de guerra resonar en el desfiladero y cargaremos contra las hordas de los bárbaros.

Yo avanzaré hombro con hombro ocupando mi puesto en la falange cerrada y sentiré el calor, la luz del sol, el olor del hierro, el sudor de los hombres, sabiendo que todo eso lo haré por última vez.

Y mi lanza se llenará de sangre y mataré diez bárbaros, o cien, o mil, pero esto valdrá de poco, por que mi vientre será atravesado por las lanzas del enemigo y moriré, pero no lo haré‚ por la libertad de los helenos, ni por la justicia y la ley, ni siquiera moriré por Esparta.

Moriré por no verme esclavo, arrastrando la cadena de la servidumbre por los desiertos de Media; moriré por vengar a Agesilao, mi amigo, al que vi caer ayer atravesado por una flecha egipcia; moriré junto a Arquíloco, que me ha cubierto el flanco con su escudo en diez batallas, y mañana me lo cubrirá por última vez; moriré por Leónidas, que nos conduce a la muerte, pero al que le estamos agradecidos por que antes hizo de nosotros hombres.

Mañana, cuando la noche caiga, de la guardia del rey Leónidas sólo quedará un grupo de cuerpos sin vida, y después un puñado de huesos, y después un puñado de polvo, y después nada.

Quizás entonces, cuando se haya olvidado el nombre de Esparta, e incluso el vasto imperio del Rey de Reyes haya sucumbido al olvido, alguien recordará nuestro sacrificio y verá que por nuestra muerte fuimos justos, valientes y leales, y todo lo que no llegamos a ser en vida, y entonces dirá: “los espartanos de la guardia del rey Leónidas murieron hace mucho, pero su recuerdo permanece inmortal”. Así será, y quien diga lo contrario merecerá la muerte.

(1)TERMÓPILAS

(1) Las Termópilas es un desfiladero en Grecia, en Tesalia, cerca del monte Eta. En el 480 a.c, los griegos bloquearon el paso para detener la invasión persa dirigida por el rey Jerjes. El ejercito invasor habría contado con aproximadamente doscientos mil hombres. Al principio, a pesar de la desigualdad numérica, los griegos pudieron detener a sus enemigos. Pero luego, un traidor llamado Efialtes, por oro, le reveló al rey persa un atajo para sorprender a la resistencia helena por sus espaldas. Entonces, los griegos se retiraron salvo los trescientos espartanos de Leónidas. Las leyes de su ciudad le prohibían retirarse del campo de batalla. Leónidas, y todos sus guerreros, murieron en combate.

"Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún soldado.
…tomad un buen desayuno puesto que hoy no habrá cena".
Leónidas

jueves, 23 de julio de 2009

¡Basta de campos de batallas en Córdoba!

Este es un llamado al ciudadano común cordobés, al usuario de los servicios municipales y a los vecinos todos.

Nos hacemos cargo del patético intendente de turno a quien, con el voto de todos, le dimos el lugar que hoy ocupa, pero no podemos seguir permitiendo que los municipales sigan agrediendo y alterando la ciudad de Córdoba.




































Ya que no podemos esperar nada del actual intendente (simplemente que madure y caiga por su propio peso) entonces la iniciativa es denunciarlos usando la razón.

Somos los ciudadanos cordobeses los nuevos protagonistas, dejémonos de sacar conclusiones individuales y salgamos a reclamar que se nos atienda, que se nos sirva y que se nos deje circular sin obstáculos. Por eso somos contribuyentes, no rehenes del gremio para que destruyan todo.

No sigamos siendo espectadores, seamos protagonistas.

Los gremialistas municipales deben hacerse cargo de los daños a ciudadanos particulares y todas las roturas causadas.

Todos sabemos que los empleados municipales son gente común como usted y como yo, que son vecinos nuestros y que se ganan el pan cómo cualquier otra persona, pero los municipales deben entender que la sociedad cordobesa toda tiene un prejuicio muy grande hacia ellos y que son ellos los encargados de revertir ese prejuicio.

En estas semanas de conflicto la opinión general se ha vuelto totalmente en contra de los municipales y más aún contra Rubén Daniele.

Entonces solo resta dar muestras de esa contraria opinión general, hagamos llegar este mensaje a todos los medios de comunicación para que de ahora en más la noticia sea: Los ciudadanos de Córdoba se cansaron del conflicto municipal y le piden al gremio de municipales, a los empleados y al intendente que busquen la salida para solucionar este conflicto sin alterar la ciudad, los servicios y la vida de los cordobeses.

Nosotros sabremos castigar (o no) al Sr. intendente en futuras elecciones, pero al Sr. Daniele definitivamente no lo toleramos con su carga de violencia permanente.

Entonces usemos esta herramienta y esperemos a ver que pasa.

lunes, 6 de julio de 2009

Kirchner: "Me entregaron estos hijos de puta"



Al Conde Lucanor le contaron lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que llegaron a palacio.

-Señor conde -dijo Patronio-, tres pícaros fueron a palacio y dijeron al rey que eran excelentes tejedores, y le contaron cómo su mayor habilidad era hacer un paño que sólo podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba por padre suyo.

»Esto le pareció muy bien al rey, pues por aquel medio sabría quiénes eran hijos verdaderos de sus padres y quiénes no, para, de esta manera, quedarse él con sus bienes, porque los moros no heredan a sus padres si no son verdaderamente sus hijos. Con esta intención, les mandó dar una sala grande para que hiciesen aquella tela.

»Los pícaros pidieron al rey que les mandase encerrar en aquel salón hasta que terminaran su labor y de esta manera, se vería que no había engaño en cuanto proponían. Esto también agradó mucho al rey, que les dio oro, y plata, y seda, y cuanto fue necesario para tejer la tela. Y después quedaron encerrados en aquel salón.

»Ellos montaron sus telares y simulaban estar muchas horas tejiendo. Pasados varios días, fue uno de ellos a decir al rey que ya habían empezado la tela y que era muy hermosa; también le explicó con qué figuras y labores la estaban haciendo y le pidió que fuese a verla él solo, sin compañía de ningún consejero. Al rey le agradó mucho todo esto.

»El rey, para hacer la prueba antes en otra persona, envió a un criado suyo, sin pedirle que le dijera la verdad. Cuando el servidor vio a los tejedores y les oyó comentar entre ellos las virtudes de la tela, no se atrevió a decir que no la veía. Y así, cuando volvió a palacio, dijo al rey que la había visto. El rey mandó después a otro servidor, que afamó también haber visto la tela.

»Cuando todos los enviados del rey le aseguraron haber visto el paño, el rey fue a verlo. Entró en la sala y vio a los falsos tejedores hacer como si trabajasen, mientras le decían: «Mirad esta labor. ¿Os place esta historia? Mirad el dibujo y apreciad la variedad de los colores». Y aunque los tres se mostraban de acuerdo en lo que decían, la verdad es que no habían tejido tela alguna. Cuando el rey los vio tejer y decir cómo era la tela, que otros ya habían visto, se tuvo por muerto, pues pensó que él no la veía porque no era hijo del rey, su padre, y por eso no podía ver el paño, y temió que, si lo decía, perdería el reino. Obligado por ese temor, alabó mucho la tela y aprendió muy bien todos los detalles que los tejedores le habían mostrado. Cuando volvió a palacio, comentó a sus cortesanos las excelencias y primores de aquella tela y les explicó los dibujos e historias que había en ella, pero les ocultó todas sus sospechas.

»A los pocos días, y para que viera la tela, el rey envió a su gobernador, al que le había contado las excelencias y maravillas que tenía el paño. Llegó el gobernador y vio a los pícaros tejer y explicar las figuras y labores que tenía la tela, pero, como él no las veía, y recordaba que el rey las había visto, juzgó no ser hijo de quien creía su padre y pensó que, si alguien lo supiese, perdería honra y cargos. Con este temor, alabó mucho la tela, tanto o más que el propio rey.

»Cuando el gobernador le dijo al rey que había visto la tela y le alabó todos sus detalles y excelencias, el monarca se sintió muy desdichado, pues ya no le cabía duda de que no era hijo del rey a quien había sucedido en el trono. Por este motivo, comenzó a alabar la calidad y belleza de la tela y la destreza de aquellos que la habían tejido.

»Al día siguiente envió el rey a su valido, y le ocurrió lo mismo. ¿Qué más os diré? De esta manera, y por temor a la deshonra, fueron engañados el rey y todos sus vasallos, pues ninguno osaba decir que no veía la tela.

»Así siguió este asunto hasta que llegaron las fiestas mayores y pidieron al rey que vistiese aquellos paños para la ocasión. Los tres pícaros trajeron la tela envuelta en una sábana de lino, hicieron como si la desenvolviesen y, después, preguntaron al rey qué clase de vestidura deseaba. El rey les indicó el traje que quería. Ellos le tomaron medidas y, después, hicieron como si cortasen la tela y la estuvieran cosiendo.

»Cuando llegó el día de la fiesta, los tejedores le trajeron al rey la tela cortada y cosida, haciéndole creer que lo vestían y le alisaban los pliegues. Al terminar, el rey pensó que ya estaba vestido, sin atreverse a decir que él no veía la tela.

»Y vestido de esta forma, es decir, totalmente desnudo, montó a caballo para recorrer la ciudad; por suerte, era verano y el rey no padeció el frío.

»Todas las gentes lo vieron desnudo y, como sabían que el que no viera la tela era por no ser hijo de su padre, creyendo cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí, por miedo a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió a descubrir aquel secreto. Pero un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra que perder, se acercó al rey y le dijo: «Señor, a mí me da lo mismo que me tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo soy ciego, o vais desnudo».

»El rey comenzó a insultarlo, diciendo que, como él no era hijo de su padre, no podía ver la tela.

»Al decir esto el negro, otro que lo oyó dijo lo mismo, y así lo fueron diciendo hasta que el rey y todos los demás perdieron el miedo a reconocer que era la verdad; y así comprendieron el engaño que los pícaros les habían hecho. Y cuando fueron a buscarlos, no los encontraron, pues se habían ido con lo que habían estafado al rey gracias a este engaño.

»Así, vos, señor Conde Lucanor, como aquel hombre os pide que ninguna persona de vuestra confianza sepa lo que os propone, estad seguro de que piensa engañaros, pues debéis comprender que no tiene motivos para buscar vuestro provecho, ya que apenas os conoce, mientras que, quienes han vivido con vos, siempre procurarán serviros y favoreceros.

El conde pensó que era un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.

Viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro y compuso estos versos que dicen así:

A quien te aconseja encubrir de tus amigos
más le gusta engañarte que los higos.

sábado, 4 de julio de 2009

De Poemas de Ezra Pound


La mujer del mercader del río: una carta
Cuando yo todavía llevaba el pelo cortado sobre la frente
jugaba en el portal delantero, recogiendo flores.

Tú viniste con zancos de madera jugando a los caballos,
caminaste junto a mi asiento, jugando con ciruelas azules
y seguimos viviendo en el pueblo de Chokan:
dos niños, sin aversión ni sospecha.

Con catorce años me casé con vos, mi señor.
Nunca me reía porque era tímida.
Bajaba la cabeza y miraba a la pared.
Aunque me llamaran mil veces, nunca volvía la cabeza.

Con quince años dejé de fruncir el ceño,
deseaba que mi polvo se mezclara con el tuyo
para siempre y para siempre y para siempre.
¿Para qué seguir vigilando?

Te fuiste cuando yo tenía dieciséis años,
te fuiste a la lejana Ku-to-yen, junto al río de los remolinos,
y has estado fuera cinco meses.
Los monos hacen un ruido muy triste por ahí arriba.
Cuando te fuiste arrastrabas los pies.
En el portal ahora ha crecido el musgo, musgos distintos,
¡Demasiado profundos para limpiarlos!

Las hojas caen pronto este otoño, por culpa del viento.
Las mariposas emparejadas ya amarillean en el agosto
sobre la hierba del jardín del oeste;
me duelen. Me hago vieja.
Si has de venir por los vados del río Kiang,
por favor, házmelo saber de antemano
y yo saldré a recibirte, iré hasta Cho-fu-sa.
Por Rihaku

Ezra Pound: Reseña biográfica

Poeta y ensayista norteamericano nacido en Hailey, Idaho, en 1885.

A la edad de doce años ingresó a Cheltenham, una escuela militar donde estudió griego y latín. Luego ingresó a la Universidad de Pennsylvania para aprender otras lenguas, y a partir de 1906 se estableció en Europa, principalmente en Italia e Inglaterra, desde donde promovió dos grandes movimientos de vanguardia: el imaginismo y el vorticismo.

A finales de la segunda guerra mundial fue acusado de alta traición y detenido por los aliados en Italia, y en 1946, tras ser declarado paranoico, fue internado en un sanatorio mental en Washington.
De su obra poética merecen destacarse "Personae" en 1926, una recopilación de poemas breves, y "Cantos" en 1970, considerada como una de las epopeyas en lengua inglesa más importantes del siglo XIX, y a la que dedicó cuarenta y cinco años de su vida.

Como crítico contribuyó a la renovación de la poesía y apoyó entre otros, a T.S. Eliot y James Joyce.

Murió en Venecia en 1972. ©

jueves, 2 de julio de 2009

Una buena lección

(Hecho biográfico ocurrido en 1892)


Un señor de unos 70 años viajaba en el tren, teniendo a su lado a un joven universitario que leía su libro de Ciencias.

El caballero mayor, a su vez, leía un libro de portada negra. Fue cuando el joven percibió que se trataba de la Biblia y que estaba abierta en el Evangelio de San Marcos.

Sin mucha ceremonia, el muchacho interrumpió la lectura del anciano y le preguntó:

- Señor, ¿usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y cuentos?

- Sí, mas no es un libro de cuentos, es la Palabra de Dios. ¿Estoy equivocado?

- Pero claro que lo está. Creo que usted señor debería estudiar Historia Universal. Vería que la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía de la religión.
Solamente personas sin cultura todavía creen que Dios hizo el mundo en 6 días. Usted señor debería conocer un poco más lo que nuestros Científicos dicen de todo eso.

- Y... ¿es eso mismo lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia?

- Así es, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección para mandarle material científico por correo con la máxima urgencia.

El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió cuidadosamente el bolsillo derecho de su bolso y le dio su tarjeta al muchacho.

Cuando éste leyó lo que allí decía, salió cabizbajo, sintiéndose peor que una ameba.

En la tarjeta decía:

Profesor Doctor Louis Pasteur
Director General del Instituto de Investigaciones Científicas
Universidad Nacional de Francia



"Un poco de ciencia nos aparta de Dios. Mucha nos aproxima".

Dr. Louis Pasteur