domingo, 5 de abril de 2009

Néstor Kirchner muy viejo para ser Alcibíades

El punto de vista de Sócrates se encuentra limpiamente sintetizado en este fragmento (Alcibíades I, 132b):

Sócrates. – En primer lugar, ejercítate, mi querido amigo, y aprende lo que hay que saber para meterse en política, pero no lo hagas antes, a fin de que vayas provisto de antídotos y no te ocurra ninguna desgracia.

¿Qué quiere significar Sócrates con esta exhortación? Algo tan sencillo como que no es prudente, sabio ni discreto el lanzarse a la arena política sin conocer las propias facultades y posibilidades, ni arrojarse al vacío sin red, ni saber a ciencia cierta cuál es la utilidad social y la consecuencia que dicho gesto pueda comportar, ni considerar, en fin, antes de «dar el salto», qué es lo verdaderamente bueno, lo mejor, para el individuo y para la ciudad. Si uno mismo no es capaz de saber quién es y lo que quiere, poco puede saber del alma de la ciudad y lo que a ella le conviene.

El proverbio intuitivo y el refranero antiguo ya dejaron dicho que mal puede gobernar la ciudad quien no sabe gobernar su propia casa o gobernarse a sí mismo. La creencia común coincide aquí –sin que sirva de precedente, en intenciones y resultados, con la idea filosófica del asunto.

A Sócrates le preocupa el futuro, personal y político, del ambicioso muchacho, pues sabe bien que la ambición ciega, así como la cruda pasión política, cuando son concebidas por un sujeto inexperto e indeciso, ignorante e ingenuo, bruto y exaltado, resultan catastróficas para individuo y comunidad.

El joven Alcibíades, cuando todavía está recibiendo las lecciones morales del maestro y cuando aún no se encuentra suficientemente maduro para la «participación ciudadana» o para la «acción deliberativa», según expresiones recientes, salta de las palabras a las obras –acaso demasiado pronto–, y tan velozmente, sin contención y sin remedio, que olvida en seguida aquello que se le enseñó.

Dicho sea esto contando con que algo hubiese aprendido, después de todo. Resultado: su biografía da cuenta de una de las carreras políticas más trapaceras que se ha tenido noticia en la historia de la humanidad, una trayectoria pública propia de un sujeto falsario y corsario, pionero del transformismo político, catedrático del embuste y el cambalache, traidor y perseguido, ateniense réprobo que acaba sus días tropezando contra el cuchillo de un sicario extranjero que venía de una tierra lejana sólo para asesinarle. Ciertamente no podía estar más justificado el recelo socrático sobre la «desgracia» que podía sucederle, y fatalmente le sucedió, al impetuoso doncel.


He aquí la lección de Alcibíades (o, para ser más precisos: la lección que recibió el joven Alcibíades de Sócrates, y que desgraciadamente no asimiló ni pudo cultivar).

«Tal vez por esto –escribe Ortega– la política me parece una faena de segunda clase.»{11}

Sócrates, como Platón, filósofo aristócrata tanto en moral como en política, confía en que sean los mejores quienes gobiernen el Estado, pues los menguados en conocimiento y razón, ¿qué pueden ofrecer de provecho a la comunidad? O dicho con sus palabras (Alcibíades I, 134 c-d){12}, en concisa interrogación que cobija el más profundo enigma de la teoría política:

Sócrates – Por ello, si vas a conducir los asuntos de la ciudad de manera correcta y conveniente, tendrás que hacer partícipes de la virtud a los ciudadanos.

Alcibíades –Desde luego.

Sócrates –Pero ¿se podría hacer partícipe de algo que no se tiene?


1 comentario:

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