viernes, 23 de enero de 2009

Algo que se fue del paraíso


Si alguna escritora marcó a la generación de niños españoles de los 50 y 60 fue la británica Richmal Crompton (1890–1969) que en 1924 creó a su famoso personaje William Brown, Guillermo Brown para los amigos, protagonista de treinta y ocho libros de relatos infantiles que escribió hasta su muerte.

En sus disparatadas peripecias Guillermo y su pandilla, "Los Proscriptos", ponían continuamente a prueba los límites de la civilización de la clase media, con resultados, como era de esperar, siempre divertidos y caóticos.
*****
La señora Monks, esposa del Vicario, se había acercado al puesto. No había olvidado el incidente de su abrigo, y estuvo vigilando a Guillermo a distancia desde que comenzó la venta.

-¡Qué señora más rara! –dijo-. Es todo un carácter, ¿verdad? ¿has visto el precioso Whistler que ha traído para la señora Lane?

A Guillermo le daba vueltas el cerebro.

-¿El... qué? -preguntó con desmayo.

-El Whistler -dijo la señora Monks-. ¿No sabes quién era Whistler, querido? Fue un pintor y aguafortista que vivió a finales del siglo pasado. El cuadro que ha traído la tía de la señora Lane es un pequeño nocturno exquisito.

El cerebro de Guillermo giraba todavía más de prisa al contemplar con el mayor asombro cómo la tía abuela Sara se llevaba un extremo de la trompetilla a su oído y entablaba conversación con sus vecinos. ¡Caramba! ¡No era de extrañar que no silbara!

Tía Sara sentíase plenamente satisfecha de sí misma. Había recuperado su trompetilla y calentado las orejas de Huberto. Cosa que había estado deseando hacer desde su llegada... Sus ojos se posaron en Guillermo. Allí había otro niño... un niño simpático y sincero, no de esos que roban las trompetillas de los sordos y los regalos a los puestos de Saldos para gastar una broma. Guillermo, recién salido de manos de su madre, aparecía pulcro y pulido, y esto le daba un falso aspecto de melancólica virtud. Después de haberse desahogado tirando de las orejas de Huberto, tía Sara sentíase generosa y derrochadora. Abrió su bolso y sacó seis peniques.

-Aquí tienes un pequeño regalo de Año Nuevo, hijo mío -le dijo.

Guillermo se animó. Al fin y al cabo le habían dado "algo" por la trompetilla... Decidió abandonar su carrera de ladrón hasta saber un poco más de los Whistlers y cosas. Considerándolo desapasionadamente, su mal propósito no había resultado mucho mejor que los buenos. Pero tenía los seis peniques... Aunque seis peniques eran menos que cien libras, siempre eran mejor que nada.

Y mientras caminaba deprisa por la carretera para ir a reunirse con los Proscriptos, decidió pasarse todo el año sin ningún propósito.

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