jueves, 14 de mayo de 2009

La paternidad ausente


Lo ocurrido en Paraguay con el presidente Lugo y el descubrimiento de paternidades no reconocidas, nos tienta a hacer lecturas, desde distintos lugares de análisis.

Por Lic. María Marta Vega (*)

Lo ocurrido en Paraguay con el presidente Lugo y el descubrimiento de paternidades no reconocidas que devienen de su vida en ejercicio del Obispado en una de las zonas más pobres de Paraguay, nos tienta a hacer lecturas, desde distintos lugares de análisis.

Lo primero que aparece a la vista es el tema de la ausencia de reconocimiento responsable de la paternidad, en un país como tantos en Latinoamérica, incluido el nuestro, en el que hay 500.000 niños no reconocidos por sus padres, como lo aseguró la ministra de la Niñez de Paraguay.

Si tenemos en cuenta que Lugo era obispo de una de las zonas más pobres de su país y que el hijo que se lo obliga a reconocer es producto de una relación iniciada con una adolescente, nos lleva a los que hemos transitado estas temáticas, a decir que desde la asimetría de edades y seguramente de poder por la investidura de Lugo y la pobreza del contexto, más que amor como quiere hacer suponer Lugo, fue una relación francamente abusiva.

Obviamente que su condición de presidente actual, le confiere impunidad para su categorización como tal, y el partido político que lo llevó al poder tratará de tapar sus abusos personales o inocentes pecados de la carne, con el reconocimiento legal de esta paternidad como corresponde y de las demás que están apareciendo, ADN mediante.

Este nuevo episodio hecho público por la investidura presidencial de Lugo (de otro modo probablemente hubiera quedado en el anonimato como tantos otros) es nada más que una mancha más del tigre, que refleja la doble moral reinante en la sociedad, con el agravante que en el caso que nos convoca, el responsable fue durante los episodios atribuidos, el representante de una poderosa Institución como la Iglesia Católica, que sigue sosteniendo el celibato como garantía de casi santidad, mientras cada vez más miembros de ella aparecen transgrediendo tan noble condición, y peor aún, eligiendo en algunos casos como objeto de erotización o de satisfacción de tendencias que no pueden ser reprimidas desde principios dogmáticos ni imposiciones clericales, a víctimas vulnerables como niños y adolescentes, tal el caso Grassi, actualmente en proceso de juicio por corrupción de menores, sin mencionar otros que fueron ocultados por la Iglesia y que quedaron impunes.

Hay que reconocer que si de obediencia debida se trata, Lugo fue más que obediente con el actual Pontífice y sus declaraciones en contra del uso del preservativo, caso contrario no tendría tanto reclamo de paternidad.

Tampoco es que estas actitudes de doble moral sólo sean privativas de los representantes de la Iglesia, sino más bien es una característica social muy frecuente en estas tierras latinoamericanas, en las que la cultura patriarcal asignó al hombre milenariamente su condición de superioridad abusiva, sexualidad incontenible y disociada en la que los encuentros sexuales en el hombre han sido y son producto de instintos irreprimibles más que de encuentros emocionales y responsables, mientras la mujer ocupó el lugar de sometimiento en el vínculo o de objeto de tentación y concupiscencia.

Si bien las mujeres con cierto acceso a la cultura y al sistema productivo, pudieron sacudirse la postergación y el maltrato milenario, exigiendo por fin los derechos que les corresponden, hay muchas miles en Latinoamérica y ni hablemos de otros lugares más pobres del planeta, que continúan entrampadas en una cultura patriarcal sostenida por variables de pobreza en las que su lugar en los vínculos tiene que ver con la dependencia y resignación, aceptando la herencia de sus antecesoras como simples reproductoras sin acceso al ejercicio de su derechos más elementales, tolerando los abusos y las violencias sociales y familiares, ocultas y manifiestas, por desconocimiento o por simple necesidad de subsistencia.

Tal es la situación de las mujeres pobres de este continente. En este marco se puede comprender tanta paternidad no asumida, debidas a relaciones casuales en el hombre y en la mujer sin más consentimiento que la resignación a su condición de objeto ocasional.

No debe ser casual tantos niños sin identidad paterna. Este fenómeno de padre ausente, se ensambla también con otro, el de la liberación femenina que viene ocurriendo hace décadas, en el que son las mujeres quienes a partir de sus logros de independencia y acceso a la igualdad, deciden concientemente excluir al hombre de sus proyectos limitándolo a la condición de simples sementales para la procreación, sin más función que esa, ya que es sustituido en el ejercicio de la paternidad por la uniparentalidad femenina o por quien ocasionalmente se preste a sustituirla, llámese tíos, abuelos u otras parejas.

Resultado de esto son los nuevos modelos de familias y de vínculos, que dejan a los hijos sin padres, generando no sólo un nuevo modelo de familia, de paternidad y de masculinidad, sino una nueva generación que va incorporando estos formatos de acefalía paterna con sus no pocas consecuencias futuras.

Dice Lacan que la paternidad es fruto de creencias sociales y prescripciones de la cultura. Habría que preguntarse qué lugar le asignará la cultura a estos nuevos padres y especialmente a estos nuevos hijos que ya sea por la pobreza y la herencia de un fisurado modelo patriarcal o por un creciente movimiento de liberación femenina, crecen sin la presencia cotidiana de la figura paterna.

Se acostumbrarán a estas nuevas identidades sin consecuencias en su vida futura o engrosarán como hasta hoy las filas de tantos desordenes como las violencias repetidas, las conductas delictivas por ausencia de modelos paternos estables o por recambio de padres, la falta de límites claros y contundentes desde la deficiencia que representa la monoparentalidad, o de pobreza en la que los hijos tienen que suplir con trabajo la ausencia de uno de los progenitores porque no alcanza para el sustento diario engrosando la innumerable cantidad de niños de y en las calles.

Como sea es indudable que la responsabilidad de la crianza es de hombre-mujer, padre-madre en paridad de condiciones. Ambos son irremplazables como modelos, como transmisores de cultura, como dadores de identidad psicológica y social, como proveedores y aseguradores de necesidades.

Las transiciones no son fáciles…Nos queda como solución blanquear tanta hipocresía, aceptando de una vez lo matrilineal como la única certeza de identidad social y le demos formato legal con la modificación del apellido materno como primero en las inscripciones de nacimientos, así evitamos el estigma de ser hijos de padres no reconocientes o intentamos un equilibrio para no caer en nuevas modalidades tan despiadadas como los que intentamos transformar.


(*) Psicoterapeuta
Espec. en Violencia Familiar y Abuso Sexual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario